4° MANDAMIENTO-Amplitud y dimensiones
“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra”
(Éxodo 20, 12)
Jesús “bajó con ellos a Nazaret, y vivía sujeto a ellos”
(Lucas 2,51)
La paternidad de Dios respecto a todos los hombres, es la
fuente de la paternidad humana, y el fundamento del honor, del respeto y del
amor que los hijos debemos a nuestros padres. Pero también, estamos unidos a
nuestros padres por un vínculo único e irrenunciable: son ellos quienes nos
dieron la vida. Haber recibido la vida de nuestros padres, recibir su amor y sus
cuidados, nos exige especial gratitud para con ellos. En el libro del
Eclesiástico leemos: “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los
dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que
han hecho contigo?” (Eclesiástico 7, 27-28).
Expresamos nuestro amor filial y
nuestro respeto a nuestros padres, con la docilidad y la obediencia a sus
mandatos y recomendaciones. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no
desprecies la lección de tu madre… en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te
acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” dice el libro de los
Proverbios (Proverbios 6, 20-22). Con la comprensión de sus debilidades y
flaquezas; con la tolerancia en los momentos difíciles; con el servicio cuando
necesitan nuestra ayuda.
Ser mayores no nos libera de los compromisos y las
responsabilidades que tenemos para con nuestros padres; todo lo contrario, en la
medida en que podamos, debemos prestarles nuestra ayuda material, especialmente
cuando ya son ancianos, están enfermos, o se sienten solos y tristes. “Hijo,
cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya
perdido la cabeza, sé indulgente, no lo desprecies en la plenitud de tu vigor…
como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su
madre” (Eclesiástico 3, 12-13.16).
Nuestro amor y respeto para con nuestros
padres, son elementos fundamentales de la armonía familiar, y hacen posible que
nuestras relaciones con nuestros hermanos sean también amorosas, respetuosas,
profundas y armoniosas. Una buena relación entre los hermanos, es
particularmente agradable para los padres, y en gran medida compensa sus
trabajos y sacrificios.
Una familia unida por el respeto y por el amor de todos
sus miembros, es la más grande posesión que podamos tener; permite y ayuda, de
manera sinigual, al adecuado desarrollo personal, afectivo, social y espiritual.
DEBERES DE LOS PADRES
Por haberles dado la vida, los padres son responsables del
adecuado crecimiento y desarrollo de sus hijos, atendiendo a sus necesidades
físicas, intelectuales y espirituales, en la medida de sus capacidades, y
solicitando la ayuda necesaria cuando se sienten limitados para satisfacerlas
como es debido.
Para cumplir a cabalidad su tarea, los padres deben mirar a sus
hijos como hijos de Dios y como personas humanas, a quienes es preciso amar,
ayudar y respetar, de un modo especial cuando son niños, y como tales, débiles e
indefensos, y en la difícil etapa de la adolescencia.
La educación moral de los
hijos y su formación en la fe, constituye un deber y un derecho de los padres,
una tarea propia en la que nadie los puede reemplazar, aunque sí ayudar y
apoyar. La mejor forma de educar a los hijos es con el ejemplo. Un buen ejemplo
vale más que muchas órdenes y mandatos, que pueden ser incomprensibles para los
hijos si ven que sus padres dicen una cosa y hacen otra.
El hogar es el ambiente
más adecuado para aprender a amar y respetar a los demás, a ser tolerantes y
comprensivos, a ser serviciales y colaboradores. Es en el hogar, al lado del
padre y de la madre, donde se aprende a obedecer las leyes y a ejercer la
libertad; a amar y respetar la vida en todas sus formas, a ser honestos y
sinceros, a ser justos, a respetar los bienes de los otros. Es en el hogar donde
se aprende a ser responsables, a cumplir los compromisos que se adquieren, a
respetar la palabra dada. En una palabra, es en el hogar donde se aprende a ser
hombres y mujeres de verdad, capaces de cumplir a cabalidad con la tarea que nos
corresponde en el mundo.
La corrección de los hijos debe ser siempre respetuosa;
debe tener en cuenta su dignidad como personas, imagen de Dios, su sensibilidad,
su edad, y sus condiciones particulares. No todos los niños y jóvenes tienen las
mismas capacidades y por tanto, la conducta de algunos puede tener atenuantes
importantes, que es preciso tener en cuenta. Un niño a quien le es fácil
aprender lo que se le enseña, le es también más fácil comprender las órdenes que
se le dan, y por lo tanto se le puede exigir más que a un niño con limitaciones
intelectuales y físicas. Los castigos deben ser razonables, ajustados a la falta
cometida, y nunca deben causar daño al niño.
Para ayudarse en su tarea de
educadores, los padres tienen el derecho de elegir para sus hijos una escuela
adecuada, de acuerdo con sus convicciones. El Estado, por su parte, tiene la
obligación de participar activamente en la educación de los niños y los jóvenes,
proveyendo estas escuelas. La tarea de los padres es una tarea exigente y
difícil, que hay que saber enfrentar con amor y capacidad de servicio; si no hay
amor, se vuelve una tarea pesada y hasta imposible de cumplir; con amor todo es
realizable, las dificultades son superables y el futuro un reto para afrontar.
LA AUTORIDAD EN LA SOCIEDAD CIVIL
El cuarto mandamiento nos pide también, honrar y respetar a quienes tienen alguna autoridad en la sociedad, a nivel público o privado.
DEBERES DE LAS AUTORIDADES
Toda autoridad procede de Dios, y en este
sentido, su ejercicio no puede ir nunca en contra de la dignidad de la persona
humana y de la ley natural. Además, quienes ejercen autoridad deben saber que la
autoridad, cualquiera que sea, es siempre un servicio. Jesús mismo lo enseñó
así: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su esclavo” (Mateo
20, 26).
El ejercicio de la autoridad, en cualquier campo que sea, debe
fundamentarse en una adecuada jerarquía de valores, que permita el ejercicio de
la libertad y la responsabilidad de todos. Los superiores deben ser siempre
justos en el trato con sus subalternos, respetar su dignidad, buscar el bien
común antes que el bien personal, y dirigir todas sus acciones hacia la
consolidación de la concordia y la paz.
El poder político, por su parte, tiene
la obligación de respetar los derechos fundamentales de la persona humana, sin
distinciones de ninguna clase, y de un modo muy especial, los derechos de los
más pobres y débiles.
DEBERES DE LOS CIUDADANOS
Quienes están sometidos a la
autoridad, y todos estamos sometidos a alguna autoridad, debemos mirar a
nuestros superiores como representantes de Dios. San Pedro, en su Primera Carta
nos dice sobre esto: “Sean sumisos, a causa del señor, a toda institución
humana… Obren como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un
pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2, 13.16). Esta
sumisión a la autoridad implica cooperar con ella en la búsqueda del bien para
la comunidad, respetando siempre la verdad, la justicia y la libertad, y con
espíritu sensible y solidario.
En la sociedad civil, los ciudadanos estamos
obligados a respetar las leyes de nuestro país, y a colaborar en lo que se nos
pida, con miras al bien común; en este sentido, es nuestra obligación moral,
pagar impuestos, ejercer el derecho al voto, y respetar la patria. “Den a cada
cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos: a quien tributo, tributo;
a quien respeto, respeto; a quien honor, honor” (Romanos 13, 7), nos dice San
Pablo en su Carta a los Romanos.
Cuando las leyes de un país, o de un grupo
humano, cualquiera que sea, son contrarias a las exigencias del orden moral, a
los derechos fundamentales de las personas, o al Evangelio, los ciudadanos
estamos obligados, en conciencia, a rechazarlas. La Sagrada Escritura es clara
en esto: “Hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hechos de los
apóstoles 5, 29).
Finalmente, cuando es necesario oponerse a la autoridad que
oprime, a quienes gobiernan, no se debe recurrir a la violencia, porque la
violencia genera más violencia y con ella, males peores. “Hijos, obedezcan a sus
padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es
el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se
prolonguen tus días sobre la tierra” (Efesios 6, 1-2)
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